Como el telescopio que apuntado hacia la noche, recoge en su luna círculos y luces, fenómenos y cuerpos, Plup! es curiosidad y pasión, azar y pesquisa, obstinación y goce. Al escudriñar el firmamento de la joven literatura colombiana —autores, en su mayoría, nacidos a partir de 1980—, este libro recoge no sólo una variedad de textos, sino una diversidad de temas, de percepciones de mundo y de apuestas expresivas de innegable interés disciplinar y, desde luego, estético. Variedad de textos, porque entre los 41 que conforman el volumen hay cuentos, digresiones y poemas. Y diversidad de temas, de percepciones de mundo y de apuestas expresivas, porque cuando se encara con furor la aventura de existir, el lenguaje estalla como cohetería de feria.
Empecemos por señalar el eje temático Sueños-Locura que atraviesa relatos como Una noche más para Ana, Sueños vesánicos, Valealtergo, Todo por unos huesos, Peligro mundial, Fobia y Paradoxia, También, desde luego, Sueño de una noche de verano, de Rafael Polo, quien con una desnudez insólita en nuestra narrativa, evocadora de las audacias de Easton Ellis, detalla las escalas de una desviación sexual. Relato certero, además, por cuanto al proponer escenarios como las cabinas de video triple-X y las estaciones de Transmilenio, no sólo señala los cambios que hoy hacen alucinar a Bogotá, sino que la reivindica como una metrópoli digna de cantarse y ser contada. Igualmente escenificado en nuestra capital y con destellos de la dupla King-Kubrick, Alguien puso algo en mi bebida, de Vicente Intxáustegi, nos lleva con su ritmo hipnótico a una deteriorada casa de Chapinero que habiendo sido sede de una clínica psiquiátrica, nos atrapa en una febril atmósfera de terrorífica demencia. Otra casa, esta vez, de estilo Tudor, ubicada en Teusaquillo, es el escenario de El lápiz, estupendo relato en el que Blandy Domínguez nos deleita con una situación mezcla de humor y fantasía, para luego arrojarnos al horror de unos personajes torturados por un siniestro artefacto. Cuento dentro del cuento, El lápiz es una puesta en abismo, espléndida, además, por lo irritante de su cierre.
Alejándonos de Bogotá, L.C. Hamilton nos hunde en infiernos similares con Autopista 72 y Pacto. Atrapada entre el caos de un atasco y el de los niños que transporta, la conductora del bus escolar de Autopista 72 es presa, como el personaje de Día de furia, de un rapto de locura que nos corta el aliento. De ritmo menos frenético, Pacto es un relato de suspenso en el que un sujeto conduce al sacrificio a un niño para pagar la parte que le corresponde en un trato diabólico. Siguiendo con los intertextos, la atmósfera de Pacto es tan galvánica como la de Sexto sentido y, para regodeo del lector, también su desenlace. Y esto es apenas el comienzo. Pero como estas líneas son una invitación y no una memoria, sobre el brillo de los demás textos nos limitaremos a destacar sólo un fulgor. Por ejemplo, en La ciudad de la furia y Juegos de mesa, María Catalina Monroy lleva al extremo su comprensión de Kafka con unas fábulas en las que los humanos “son” animales en la creación de un mundo peor que absurdo: atrozmente absurdo. También de línea kafkiana, Canguro boxeador, de Jonathan Palomino, sorprende al exacerbar la angustia mediante el humor y la ternura.
Ya no propiamente kafkianos, pero sí elusivos y crípticos, Tunja, Korinthos y Madrid, de Nadia González, son tres manojos de nervios, tres cabezas de Medusa, tres ojivas de dolor y furia contenidas, compresión, casi implosión, que produce en el lector asfixia. Menos tensos, más extensos, pero igualmente magnéticos son Las gemelas son como la reina, de Javier Cobo y Ni se te ocurra regalarme un Picasso, de Sergio Díaz Luna. El primero, una trama en la que se traslapan el ajedrez, el sexo y la violencia, y el segundo, una bien pincelada acuarela de lo que pudo ser una jornada del genio español. De las dudas de Picasso, pasamos a La tristeza de doña Juana, divertida digresión de Moloc, que contrasta con el horror que producen máquinas como la de su Stanley de 8”. Con aire de tango, Marian Romero nos devuelve el aire con su Cómo bailar una pieza de tango, hermoso relato que al compás del 2x4 va creando un clima de tensión que al final nos deja de nuevo sin aliento.
Por fortuna, tenemos la poesía, la poesía en prosa con que Lopardo reviste de barroco sus Parpadeos de una autómata y la poesía en verso con que Daniel Borja desnuda el alma en sus poemas numerados. Y son también poemas los que escribe el “psicopoeta” de Valealterego, de Germán Torres, para robarle a Karina, primero, el alma y, después, el pulso, lo que nos recuerda a Nilsen, el asesino en serie que escribía con la sensibilidad de un Byron. No es la vida a las vecinas, sino los huesos a los muertos lo que roba el quevediano protagonista de Todo por unos huesos, de Jorge Osbaldo, sugestivo relato que nos incita a recuperar las leyendas de ánimas y espantos como arsenal narrativo.
Una actualización de lo espantoso es también lo que nos ofrece Olga Álvarez en Quién necesita morir, irónico texto un poco a lo Cortázar, un poco a lo Borges, en todo caso, paradoja. Como la circularidad siniestra de Paradoxia, de José Pérez Franco, última pieza de esta muestra que con la coartada del cine, detona un frenético plano secuencia en el que la demencia de un Raskolnikov, sometida a las analepsis y prolepsis que se operan en 12 Monos, deriva en espeluznante pesadilla.
Locura, furia, miedo, velocidad; delirio, angustia, música, velocidad; horror, humor, violencia, velocidad; amor, ternura, poesía, velocidad, velocidad... Se podría sospechar que Plup! es una rapsodia de rapsodias, fuga de lenguaje a velocidad luz. Y en verdad lo es: porque para el lector, el movimiento es vértigo. Pero para los autores, no; para ellos fue lucidez, revelación. De ahí que nos sorprendan con sentencias, con intempestivas para apreciar y repetir: “El sexo es nazi”. “No se debe volver adonde se ha sido feliz”. “Las torres son como la dama: comérselas no asegura la victoria”. “Construir una película es destruir toda idea del espacio y el tiempo” y otras tantas maravillas que hacen de Plup! el telescopio que al explorar el firmamento de la joven literatura colombiana, recogió en su luna no sólo una variedad de cuerpos, sino una diversidad de manifestaciones expresivas. Luces en todo caso. Algunas, de estrellas ya extintas. Otras, las más, de estrellas que recién se encienden.
Jorge Aristizábal Gáfaro
Jorge Aristizábal Gáfaro, escritor, profesor e investigador en las áreas de la comunicación, la lingüística y la semiótica con experiencia en el análisis de la cultura como texto. Ha sido Premio Nacional de Investigación, Ministerio de Cultura, 1999, y Premio Nacional de Literatura, IDCT, 2000. En su producción literaria figuran: El altar siniestro, Bogotá, Letra Escarlata, 1999; El pawlatsche de Kafka, Bogotá, PUJ, 2000; Grammatical psycho, Bogotá, IDCT, 2000.
Jorge Aristizábal Gáfaro
Jorge Aristizábal Gáfaro, escritor, profesor e investigador en las áreas de la comunicación, la lingüística y la semiótica con experiencia en el análisis de la cultura como texto. Ha sido Premio Nacional de Investigación, Ministerio de Cultura, 1999, y Premio Nacional de Literatura, IDCT, 2000. En su producción literaria figuran: El altar siniestro, Bogotá, Letra Escarlata, 1999; El pawlatsche de Kafka, Bogotá, PUJ, 2000; Grammatical psycho, Bogotá, IDCT, 2000.